El lugar donde aprendí a cuidar, parar y decir adiós

“Después de todo, la muerte es sólo un síntoma de que hubo vida». -Mario Benedetti

Mi paso como residente de psicología por el equipo de apoyo domiciliario de cuidados paliativos está lleno de cambios, con una importante influencia tanto a nivel personal como profesional.

Esta rotación es una de esas de “calle” de contacto humano y de sumergirse en el contexto, en el día a día de la vida de las personas (de mis favoritas). Nada de batas, muy poco despacho, sin barreras de por medio, sin cuestionarios, sin etiquetas, sin protocolos… sólo tú y los otros. Esta etapa va de meterse en las casas hasta el fondo, sentarse en las camas y entrelazar manos.

El ser humano se enfrenta a numerosos retos a lo largo de la vida, desde el nacimiento hasta el último suspiro. Actualmente, vivimos en esa sociedad del disfrute, de la felicidad, del rechazo al sufrimiento, a la emoción, a la conexión con lo que somos, de la lucha contra nosotros mismos. Es por eso por lo que “el final de la vida” se vive con esa negación absoluta, esa actitud de engaño y rechazo, ese intento desesperado por evitar, por dejar de ser lo que somos. Por eso el cuidado en paliativos va de parar, mirar, escuchar y volver a conectar.

En cuidados paliativos he aprendido más que en ningún otro sitio a convivir con mis miedos. He vuelto a encontrarme conmigo misma, con mis emociones, mis pensamientos, mis manías con los olores, mis inseguridades y valores. He aprendido más que en ningún otro sitio a valorar cada segundo, a conectar con los otros.

En cuidados paliativos he aprendido más que en ningún otro sitio a dejar de intentar evitarle sufrimiento a los demás y ha dejar de intentar no sufrir. Al contrario, he aprendido a convivir con ese sufrimiento y a ayudar a otros a conectar con él para convertirlo en un acto valioso, que le diera sentido a la vida. He aprendido a sentarme con las personas piel con piel, con sus enfermedades, con sus miedos, con sus dudas y con sus lágrimas. He intentado ayudarles a sentarse juntos, a compartir eso, a darle un sentido, a construir un puente para cruzar juntos.

Y es entonces cuando ocurre la “magia”. Es cuando conectamos con todo eso, cuando nos damos permiso para sentirlo y expresarlo, cuando nos sirve como herramienta para vivir hasta el último segundo, para expresar nuestro amor al otro, para recordar buenos momentos, para valorar nuestras pequeñas cosas: un gesto, una palabra, un suspiro.

No puedo hacer otra cosa que dar gracias a todos los que me han brindado su tiempo para crecer conmigo. A todas esas personas que, al final de sus vidas, se han parado a contarme su historia. Gracias por haber sido auténticos y honestos, por expresar tanto con tan poco. No puedo hacer otra cosa que dar gracias a todas esas esposas, esposos, padres, madres, hermanos, hermanas, hijas e hijos por darme tanto cariño, por abrirme las puertas de su casa, por abrirme sus corazones y por esos abrazos. Gracias a las compañeras con las que he tenido el gran honor de trabajar, por permitirme llorar o estar callada, por aguantar mis quejas, por validarme, por compartir y por hacerme una más.

Hace no mucho me enseñaron un ejercicio para practicar en terapia. Se llama “las buenas despedidas” no llegué a comprenderlo. No me gusta despedirme, es algo que nunca quiero hacer y a lo que me costaba verle un sentido. Ahora lo tiene. Cuidados

paliativos me ha enseñado porqué es importante decir adiós, porqué es importante crear ese espacio seguro donde compartir con alguien lo que ha significado para ti, la huella que nos deja. Cuidados paliativos me ha ayudado a despedirme de los que ya se fueron y de los aún están.

Mi paso por cuidados paliativos ha sido mágico. Me ha enseñado a cuidar, a parar y a decir adiós.

Mil gracias.

Carmen Ortiz Fune. PIR-4. Complejo Asistencial de Zamora

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