«No es fácil describir el universo que aguarda al cruzar el umbral de una puerta. Allí detrás espera todo un mundo con sus propias leyes y normas, un lugar habitado por corazones que laten cada uno a su propio ritmo y frecuencia.
Tras la puerta abierta de un hogar asoma la intimidad de esos corazones.
Ese lugar donde se esconde el miedo a la implacable soledad, el miedo a no estar a la altura, a no hacer nunca lo suficiente. El miedo a abandonar este mundo con la sensación de dejar el lienzo a medias.
Detrás de cada puerta habita la incertidumbre ante la inmensidad de lo desconocido. Se esconde la angustia dibujada en el rostro agotado por la encarnizada batalla contra el tiempo, cansado de luchar contra un monstruo demasiado grande para sus maltrechas fuerzas. Tras la puerta acechan también las dudas que asaltan los sueños y agitan las noches, el dolor que devora el cuerpo y apaga lentamente su vitalidad. Y allí también, en el rincón más oscuro e inaccesible, se acumulan día a día montones de reproches y preguntas sin respuesta.
Tras la puerta hay cuartos oscuros, pero también estancias cálidas donde la luz entra a raudales por las ventanas. Allí se encuentra la paz del que se sabe amado y cuidado, y la generosa entrega del que lo deja todo por estar cerca de los que ama. Tras la puerta está la paciencia, esa trabajadora incansable, cultivada con esmero en cada gesto, en cada palabra. Y esa sabia sonrisa del que ya solo se preocupa de disfrutar de los último rayos de su particular puesta de sol.
Tras la puerta se esconde la calidez de una caricia, la satisfacción del trabajo bien hecho, la tranquilidad de estar en casa.
Tras la puerta está ese lugar donde no importa cómo seas ni las tareas que hayas dejado pendientes. Ese lugar hecho de ladrillo o chapa, de madera o cemento, donde el corazón se siente por fin a salvo. El hogar, con sus luces y sus sombras. El mejor lugar para comenzar a escribir los últimos versos de una vida».
Ana Sierra Losada. R2. MFYC. Complejo Asistencial Zamora.