Y empiezas la rotación de Cuidados Paliativos a domicilio. Fuera batas. Me gusta ese inicio. Me presentan al equipo. Intuyo que no va a ser una rotación más. Cogemos un coche blanco, con el maletero lleno de cosas (¡lo que me costó aprender el orden en el qué iban colocadas las bolsas!).
No olvidaré nunca la primera vez que atravesé la puerta de entrada del primer domicilio al que fuimos esa mañana. No voy a hablar de pacientes, sino de personas. No voy a hablar de sus vidas. Aunque quizá lo más apropiado sería decir del final de ellas. No diré que entrábamos en sus casas. Porque, en realidad, aunque sólo fuese por media hora, formábamos parte de su hogar. Esa sensación de quitarse el abrigo, de no tener prisa, de no mirar el reloj, de que no haya ordenadores de por medio. De poder sentarme a su lado en el sofá, en la cama. De estar en su ambiente, entre sus cosas, en su zona de confort. Y acariciar, abrazar, escuchar… En definitiva, aliviar y acompañar. ALIVIAR Y ACOMPAÑAR. No todo va a ser curar.
Y así pasaron los días. Aprendiendo más de sentimientos que de la propia medicina. Ayudándome a crecer no sólo a nivel formativo y profesional sino, más aún a nivel personal. Enfrentarme a la idea de la muerte, del dolor, a la idea de irreversibilidad, de fin. Aprender a no sentir la etapa final de la vida como una derrota, a no sentir culpa. Controlar mis expresiones, emociones y saber manejarlas. Sin ocultar o tragar el llanto. No hay nada de malo por llorar.
No lo voy a negar. Ha sido una experiencia extremadamente gratificante a todos los niveles, pero a la vez dura. A veces es tan difícil separar trabajo de vida personal. Este tipo de medicina es de piel, implica poner el corazón.
Descubrí que no todo es cáncer. Que no sólo se muere de procesos oncológicos. Que existen enfermedades crónicas y pluripatologías que también requieren de este tipo de cuidados.
Ahora que ya han pasado dos meses del final de esta rotación, ahora que me voy recuperando de sus secuelas y voy colocando todo lo aprendido, todo lo vivido, todo lo sentido, en sus respectivos cajones… no puedo estar más agradecida. ¿Quién me iba a decir a mí que en apenas dos meses, a nivel familiar, iba a ser yo la que necesitase de esa nave blanca de cinco puertas? Si aceptas la vida, aceptas la muerte. Si estudias y te formas para curar, ¿por qué no para aliviar y acompañar?.
Sólo quiero terminar diciendo tres cosas. La primera, pedir más tiempo en esa nave blanca. La segunda, expresar la necesidad de acercar a todos los profesionales sanitarios este tipo de trabajo, esta forma de trabajar. Y por último, dar infinitas gracias.
Cristina Rodríguez de la Pinta – R2 MFYC Zamora